Es un cuento colectivo del grupo de 6º, ambientado en el periodo Neolítico, en la cultura argárica. Nos ha servido para participar en el concurso "La Humanidad" de Canal Historia y aunque no hemos ganado (el ganador ha sido un colegio de Cantabria), al menos hemos hecho inmersión en nuestra propia historia, pero de hace 4000 años.
-->
COLLAR
ETERNO
Hubo
un día, en el que las gentes del poblado, mandaron a Koshma a
explorar otras tierras. Aquellas no eran buenas para el cultivo, pues
la cosecha de trigo era cada vez más escasa y los continuos ataques
de fieras, causaban la muerte de muchas personas.
Koshma
era un hombre alto y fuerte, de carácter compasivo. Por su habilidad
con la lanza era considerado el mejor cazador de su aldea. Decidió
llevarse consigo a Lu, su esposa y a su hijo de corta edad. Ella
tenía poca estatura y no hablaba mucho. Bajo su vestido de piel de
vaca, asomaba un collar de doce piedras planas de color blanco y tres
oscuras. Se lo colgó Koshma el día que nació Luma. Iban provistos
de pieles y comida para pasar, nadie sabía cuánto tiempo, buscando
un lugar.
Cansados
y agotados vieron una línea blanca en el horizonte, que a medida
que se acercaban se hacía más grande y más deslumbrante, parecía
una gran nevada duradera. Caminaron en esa dirección y a medida que
se acercaban, la enorme mancha blanca iba desapareciendo detrás de
unas altas montañas de color negruzco.
Una
noche, cuando extendían las pieles sobre el suelo, dispuestos a
dormir, vieron un suelo estrellado... fogatas esparcidas por la
ladera de un cerro. Prueba evidente de la presencia humana en la
zona.
Al
amanecer, ya se divisaba un valle profundo y de gran belleza,
atravesado por un río. En la cima de aquel cerro había una
fortaleza, con guardianes que vigilaban todo lo que pasaba alrededor.
Abajo se veía un poblado con ganado, muchos caballos y cultivos de
trigo, cebada y olivos.
La
fortaleza estaba hecha con piedras del río y barro. Sin duda servía
para repeler los ataques enemigos y ver quién pasaba a las montañas
nevadas.
En
las laderas del cerro se escalonaban las casas con terrazas para
divisar la lejanía. Unas eran ovaladas y otras cuadradas hechas de
piedra con techo de ramas.
Al
otro lado, se veía las gentes del poblado en una era, separando las
semillas de la paja. A orillas del río un ir y venir de personas que
llenaban y acarreaban vasijas con agua desde el río hasta el
poblado. En la parte más alejada se veía cómo varios hombres
movían con fuerza algo en una gran vasija sobre el fuego.
Koshma
y su esposa, un poco temerosos, decidieron adentrarse en aquel
territorio.
A
medida que se acercaban al poblado, sus gentes, cubiertas con
extraños ropajes y con un hueso largo de vaca en su hombro, se unían
entre sí, mirándolos desconfiados... Se adelantó Renekton, el
guerrero más fuerte. Llevaba un puñal de gran dureza que imponía
fiereza.
Koshma
abrió una bolsita que llevaba colgada del cuello, la vació en su
mano y se la mostró al guerrero. Este reconoció que eran semillas y
que la intención era probarlas en sus tierras.
Una
mujer con numerosas pulseras en los brazos, se acercaba, lentamente,
con la mirada fijada en el collar de Lu. Era la mujer que encontraba
la plata y la que mejor moldeaba las pulseras de todo su poblado.
Koshma
le preguntó si podían quedarse allí hasta ver el fruto de aquellas
semillas. Renekton era fiero pero no carecía de bondad, por lo
cual, aceptó.
Bastante
gente ayudó a Koshma a construir su cabaña, acarreando piedras de
aquel río lleno de vida. Las dejaban en la vivienda del guardián
del agua, que estaba a tan solo ochenta pasos del río, por eso le
llamaban “Mun-chil”, que en su idioma significa “ochenta
pasos”.
Lu
se quedaba ensimismada viendo a otras mujeres utilizar un artilugio
por donde entrecruzaban lana fina de oveja hasta convertirse en un
traje como el que todos llevaban puesto. A ella le habían
encomendado machacar el grano en la piedra hasta convertirlo en polvo
de harina, cosa que a su hijo le encantaba de vez en cuando llevarse
a la boca.
Había
pasado bastante tiempo, el trigo de Koshma dio una buena cosecha en
aquellas nuevas tierras. Pero muy lejos de allí, en el poblado del
que partió Koshma, empezaron a impacientarse porque este no
regresaba.
Konashetón,
salió a buscarle, siguiendo los rastros que habían dejado y llegó
al lugar donde Koshma y su familia se habían asentado. Lo encontró
en su casa y sin decir nada, emprendió el camino de regreso para
decirles que Koshma los había traicionado.
Los
pobladores de su antigua aldea, se dirigían con saña al nuevo
poblado donde vivía el explorador para darle muerte por traición.
El
guerrero de Mun-chil no lo permitió, lo cual desencadenó una
batalla en la que cada tribu probaba los metales más duros y
afilados de sus armas.
Para
Koshma resultaba horrible, ver pelear a sus amigos de antes, que lo
acusaban; con sus amigos de ahora, que lo defendían.
Las
armas de aquella extraña mezcla de metales, eran fuertes y hacían a
los pobladores del río, poderosos y por tanto, salieron victoriosos
de la lucha.
Pero
en ella murió el guerrero de más edad, defendiendo a Luma, el hijo
de Koshma y Lu. La pena invadió la aldea, pero había que enterrar a
los muertos. Decidieron enterrar al pequeño cerca de la fortaleza,
en el mismo lugar donde yacían los restos del hijo del viejo
guerrero, para que jugaran juntos en la otra vida.
Abrieron
la fosa, apartaron los restos hacia un lado y sobre las lajas de
piedra depositaron el cuerpecito sin vida del pequeño Luma, su
vasito, su ollita. Su madre le colgó al cuello su collar de
piedrecitas, le subió las rodillas hasta la altura de la barbilla,
para que así naciera de nuevo a la eternidad.
Sin
cuidado de nadie, una fogata ardía cada vez más. Alguien que la
vio, echó el contenido de una vasija al fuego para apagarlo. No era
agua, sino aceite lo que contenía la vasija y se originó un fuego
devastador que calcinó todo el poblado, sin que sus pobladores
pudieran hacer otra cosa, sino huir desesperadamente...
No hay comentarios:
Publicar un comentario