lunes, 4 de marzo de 2013

Cuento del concurso "La Humanidad" de Canal Historia

Publicamos el cuento "Collar eterno", basado en la historia de Monachil, que dejó su huella en el yacimiento "El Cerro de la Encina".
Es un cuento colectivo del grupo de 6º, ambientado en el periodo Neolítico, en la cultura argárica. Nos ha servido para participar en el concurso "La Humanidad" de Canal Historia y aunque no hemos ganado (el ganador ha sido un colegio de Cantabria), al menos hemos hecho inmersión en nuestra propia historia, pero de hace 4000 años.

  -->
COLLAR ETERNO


Hubo un día, en el que las gentes del poblado, mandaron a Koshma a explorar otras tierras. Aquellas no eran buenas para el cultivo, pues la cosecha de trigo era cada vez más escasa y los continuos ataques de fieras, causaban la muerte de muchas personas.
Koshma era un hombre alto y fuerte, de carácter compasivo. Por su habilidad con la lanza era considerado el mejor cazador de su aldea. Decidió llevarse consigo a Lu, su esposa y a su hijo de corta edad. Ella tenía poca estatura y no hablaba mucho. Bajo su vestido de piel de vaca, asomaba un collar de doce piedras planas de color blanco y tres oscuras. Se lo colgó Koshma el día que nació Luma. Iban provistos de pieles y comida para pasar, nadie sabía cuánto tiempo, buscando un lugar.
Cansados y agotados vieron una línea blanca en el horizonte, que a medida que se acercaban se hacía más grande y más deslumbrante, parecía una gran nevada duradera. Caminaron en esa dirección y a medida que se acercaban, la enorme mancha blanca iba desapareciendo detrás de unas altas montañas de color negruzco.
Una noche, cuando extendían las pieles sobre el suelo, dispuestos a dormir, vieron un suelo estrellado... fogatas esparcidas por la ladera de un cerro. Prueba evidente de la presencia humana en la zona.
Al amanecer, ya se divisaba un valle profundo y de gran belleza, atravesado por un río. En la cima de aquel cerro había una fortaleza, con guardianes que vigilaban todo lo que pasaba alrededor. Abajo se veía un poblado con ganado, muchos caballos y cultivos de trigo, cebada y olivos.
La fortaleza estaba hecha con piedras del río y barro. Sin duda servía para repeler los ataques enemigos y ver quién pasaba a las montañas nevadas.
En las laderas del cerro se escalonaban las casas con terrazas para divisar la lejanía. Unas eran ovaladas y otras cuadradas hechas de piedra con techo de ramas.
Al otro lado, se veía las gentes del poblado en una era, separando las semillas de la paja. A orillas del río un ir y venir de personas que llenaban y acarreaban vasijas con agua desde el río hasta el poblado. En la parte más alejada se veía cómo varios hombres movían con fuerza algo en una gran vasija sobre el fuego.
Koshma y su esposa, un poco temerosos, decidieron adentrarse en aquel territorio.
A medida que se acercaban al poblado, sus gentes, cubiertas con extraños ropajes y con un hueso largo de vaca en su hombro, se unían entre sí, mirándolos desconfiados... Se adelantó Renekton, el guerrero más fuerte. Llevaba un puñal de gran dureza que imponía fiereza.
Koshma abrió una bolsita que llevaba colgada del cuello, la vació en su mano y se la mostró al guerrero. Este reconoció que eran semillas y que la intención era probarlas en sus tierras.
Una mujer con numerosas pulseras en los brazos, se acercaba, lentamente, con la mirada fijada en el collar de Lu. Era la mujer que encontraba la plata y la que mejor moldeaba las pulseras de todo su poblado.
Koshma le preguntó si podían quedarse allí hasta ver el fruto de aquellas semillas. Renekton era fiero pero no carecía de bondad, por lo cual, aceptó.

Bastante gente ayudó a Koshma a construir su cabaña, acarreando piedras de aquel río lleno de vida. Las dejaban en la vivienda del guardián del agua, que estaba a tan solo ochenta pasos del río, por eso le llamaban “Mun-chil”, que en su idioma significa “ochenta pasos”.
Lu se quedaba ensimismada viendo a otras mujeres utilizar un artilugio por donde entrecruzaban lana fina de oveja hasta convertirse en un traje como el que todos llevaban puesto. A ella le habían encomendado machacar el grano en la piedra hasta convertirlo en polvo de harina, cosa que a su hijo le encantaba de vez en cuando llevarse a la boca.

Había pasado bastante tiempo, el trigo de Koshma dio una buena cosecha en aquellas nuevas tierras. Pero muy lejos de allí, en el poblado del que partió Koshma, empezaron a impacientarse porque este no regresaba.

Konashetón, salió a buscarle, siguiendo los rastros que habían dejado y llegó al lugar donde Koshma y su familia se habían asentado. Lo encontró en su casa y sin decir nada, emprendió el camino de regreso para decirles que Koshma los había traicionado.
Los pobladores de su antigua aldea, se dirigían con saña al nuevo poblado donde vivía el explorador para darle muerte por traición.
El guerrero de Mun-chil no lo permitió, lo cual desencadenó una batalla en la que cada tribu probaba los metales más duros y afilados de sus armas.
Para Koshma resultaba horrible, ver pelear a sus amigos de antes, que lo acusaban; con sus amigos de ahora, que lo defendían.
Las armas de aquella extraña mezcla de metales, eran fuertes y hacían a los pobladores del río, poderosos y por tanto, salieron victoriosos de la lucha.
Pero en ella murió el guerrero de más edad, defendiendo a Luma, el hijo de Koshma y Lu. La pena invadió la aldea, pero había que enterrar a los muertos. Decidieron enterrar al pequeño cerca de la fortaleza, en el mismo lugar donde yacían los restos del hijo del viejo guerrero, para que jugaran juntos en la otra vida.
Abrieron la fosa, apartaron los restos hacia un lado y sobre las lajas de piedra depositaron el cuerpecito sin vida del pequeño Luma, su vasito, su ollita. Su madre le colgó al cuello su collar de piedrecitas, le subió las rodillas hasta la altura de la barbilla, para que así naciera de nuevo a la eternidad.

Sin cuidado de nadie, una fogata ardía cada vez más. Alguien que la vio, echó el contenido de una vasija al fuego para apagarlo. No era agua, sino aceite lo que contenía la vasija y se originó un fuego devastador que calcinó todo el poblado, sin que sus pobladores pudieran hacer otra cosa, sino huir desesperadamente...

No hay comentarios:

Publicar un comentario